viernes, 25 de mayo de 2012

#93. Las historias que no te cansas de contar.


Todos tenemos en nuestra memoria un “Grandes Éxitos” de historias en nuestra vida. Son esas batallitas que no te cansas de contar.

En mi caso, en el número 1 se encuentra inamovible el día que nació mi hijo Christian, y aunque parezca mentira, a la persona que más se lo he contado es a mi mujer.

Hace sólo unos minutos,  lo hemos revivido de nuevo. Os lo voy a contar:

Cuando mi mujer rompió aguas estábamos en la cama, ya habíamos apagado la tele y las luces. Yo, con mi capacidad para dormirme en pocos segundos, ya estaba de camino a Júpiter. De repente Antu me dijo “¡Abre la luz que no sé qué pasa!”. Me levanté de un salto, abrí la luz y vi un charco en la cama. Había roto aguas.

Mi primera reacción fue ir a cogerla en brazos, como si creyera que no era capaz de caminar por si sola. Me dijo que no hacía falta, entonces empecé a correr por toda la casa, haciendo la bolsa, vistiéndome, preocupándome por si estaba bien etc.

Fuimos al hospital pensando que no llegaríamos, menos mal, sólo estuvimos unas 28 horas más. Malditas películas, te enseñan que romper agua es el preludio inmediato del nacimiento, ya.

Cuando llegó la hora, yo me quedé en una habitación esperando, una enfermera me dijo “todo ha ido bien, ahora te lo traigo”.

El corazón me salía por la boca. Antes de poder reponerme, ahí estaba la enfermera, con un ovillo de mantas cubriendo a mi pequeño. Lo cogí como si fuera de un papel que no puede arrugarse. Le miré a la cara, él abrió un poco los ojitos y le dije “Hola Christian, soy tu papá y siempre te voy a querer”.

Después todo fue cómo saltar entre nubes. Cuando mi mujer volvió del quirófano sentí una sensación cálida de familia, de hogar, aunque estuviéramos en una fría habitación de hospital.

Ya éramos oficialmente, una familia.

Si queréis, un día os lo cuento en persona, sabéis que no me importa.

Pequeña felicidad Número 93.

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