Algo nos queda de nuestra infancia en forma de reticencia a probar
alimentos y comidas nuevas. Recuerdo que de niño odiaba profundamente una serie
de platos que ahora devoraría sin compasión. Los canelones, la ensaladilla rusa
y los potajes formaban parte de mi lista negra de platos a evitar.
Uno de mis platos favoritos, Santo Boniato. |
Con 24 años en mi primera competición me tocó comer boniatos, sabía lo
que eran y los había visto en algunas tiendas de barrio, incluso recuerdo que
mi abuela materna lo ponía en algún plato, pero siempre lo evitaba, me parecía
el hermano bastardo de la patata, lleno de arrugas y imperfecciones. Cuál fue
mi sorpresa cuando al primer bocado el placer de su sabor se mezcló con mi
arrepentimiento por el feo que le hice durante años.
Hoy en día, intento probar todo alimento o plato nuevo que pasa ante
mí, no vaya a ser que el boniato tenga un hermano perdido que esté aún más
bueno. Aunque sea más feo aún.
Pequeña felicidad Número 80.
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