Un gato es un animal único, diferente, tan suyo que su comportamiento
no tiene parangón en la naturaleza.
No creo en la reencarnación, pero si tuviera que jugarme un euro por un
animal que pudiera ser que sí reencarnara la esencia juguetona de un ser humano
ese sería el gato.
Una vez, debía tener yo unos 14 años, disfrutábamos del aburrimiento de
una noche de verano con mis hermanos y primos, les comenté que leí una vez que
si cogías un gato y le atabas la cola a la pierna perdían el equilibrio y se
volvían locos. Esa anécdota se convirtió en un experimento, agarramos al gato y
procedimos, un pequeño coletero uniendo cola y pata. Empezó a dar brincos y
saltó por el balcón, menos mal que vivíamos en un primero, no suficientemente
contenta con su exhibición, corrió calle abajo chocando con todos los
contenedores y coches que decoraban el asfalto.
No le dijimos nada a mis padres, y yo, hacedor de la idea, estuve
sudando una semana esperando la vuelta de mi difunta gata (a posteriori) Make.
A la semana volvió, me pasó factura ignorándome durante una buena
temporada.
Pequeña felicidad Número 74.
No hay comentarios:
Publicar un comentario