martes, 13 de marzo de 2012

#21. Quitarse los zapatos al llegar a casa.


Esto sí que es un auténtico lujo, uno de los mejores momentos del día.

Llegas a casa odiando tus pies, te duelen, los notas hinchados y sientes que algo malo debe estar pasando ahí abajo. Encima te ha tocado estar todo el día de pie en el curro.

Pero no pasa nada, las tormentas SIEMPRE acaban pasando. Te sientas en tu sofá favorito, por si acaso y para que se note más tu cansancio, resoplas como un caballo que acaba de ganar una carrera. Te deshaces los cordones lentamente, casi como regodeándote y presagiando el gustazo que estás a punto de sentir.

Enseguida notas como el pie se alivia, parece que te da las gracias incluso, pero quiere más. Entonces llega la hora de sacarse los zapatos, no importa cómo lo hagas, con las manos, ayudándote con el otro pie, como sea. El siguiente paso es exagerar un profundo “¡ooooooooooohhhhhaaaaaaaa no podía más!”.

Miras los zapatos con rabia y desdén, te dan ganas de tirarlos por la ventana. Como anécdota personal os contaré que al terminar mi formación policial, lo primero que hice fue prender fuego a mis zapatillas de correr. Eran una Nike Pegasus de 120 €, pero poco me importó, las rocié con ron y prendieron como una bengala. Juraría que de sus llamas salieron espíritus como en Indiana Jones.

Malditos zapatos, ojalá pudiera trabajar en pantunflas con forma de perrito.

Pequeña felicidad Número 21.

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