Esto sí que es un auténtico lujo,
uno de los mejores momentos del día.
Llegas a casa odiando tus pies, te
duelen, los notas hinchados y sientes que algo malo debe estar pasando ahí
abajo. Encima te ha tocado estar todo el día de pie en el curro.
Pero no pasa nada, las tormentas
SIEMPRE acaban pasando. Te sientas en tu sofá favorito, por si acaso y para que
se note más tu cansancio, resoplas como un caballo que acaba de ganar una
carrera. Te deshaces los cordones lentamente, casi como regodeándote y
presagiando el gustazo que estás a punto de sentir.
Enseguida notas como el pie se
alivia, parece que te da las gracias incluso, pero quiere más. Entonces llega
la hora de sacarse los zapatos, no importa cómo lo hagas, con las manos,
ayudándote con el otro pie, como sea. El siguiente paso es exagerar un profundo
“¡ooooooooooohhhhhaaaaaaaa no podía más!”.
Miras los zapatos con rabia y desdén,
te dan ganas de tirarlos por la ventana. Como anécdota personal os contaré que
al terminar mi formación policial, lo primero que hice fue prender fuego a mis
zapatillas de correr. Eran una Nike Pegasus de 120 €, pero poco me importó, las
rocié con ron y prendieron como una bengala. Juraría que de sus llamas salieron
espíritus como en Indiana Jones.
Malditos zapatos, ojalá pudiera
trabajar en pantunflas con forma de perrito.
Pequeña felicidad Número 21.
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