Pocas cosas producen tantos
escalofríos como cuando algo frágil y de valor se nos cae de las manos al
suelo. El simple pensamiento de verlo hecho pedazos provoca un cerrar de ojos
más rápido que la palabrota que lo sigue.
Dios sabe que odio los teléfonos
móviles, y ahora más que nunca en pleno apogeo de facebook, pero hoy mi Iphone
(mi herramienta de trabajo) se ha ido al suelo en pleno acto suicida, tras
rebotas cual balón de rugby ha quedado boca arriba pero con la pantalla
cubierta tras la tapa de la funda que lo calienta. Me lo he mirado con
auténtico miedo a retirar dicha tapa y encontrar el cristal lleno de fallas.
Pequeña felicidad Número 38.
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