Es una de las mejores sensaciones del mundo. Cuando mi hijo se pone a
llorar, ya sea de hambre, de sueño o porque le ha dado por ahí pocas cosas le
consuelan. Quizás sería más práctico ponerlo en una mecedora automática o
colocarle su peluche musical cerca, pero en mi vida, la práctica siempre queda
por detrás del romanticismo.
Ya sea en mis brazos o en los de mi mujer, ver cómo empieza a
tranquilizarse para finalmente sucumbir a un profundo sueño es algo que, aunque
me esfuerce, me quedo lejos de poder describirlo sólo con palabras.
Dejarlo en brazos de Morfeo para que comience tranquilo Dios sabe qué
clase de sueños me reconforta y me realiza como padre. Me parece increíble que
una vez estuviera yo donde el se encuentra.
Pequeña felicidad Número 37.
No hay comentarios:
Publicar un comentario