Quizás porque sé lo que es no poder
comer lo que me apetece durante una larga temporada del año debido a mis
compromisos laborales-deportivos, conozco bien los sabores escondidos en la
comida.
Hace años, cuando mi dieta se basaba
en la comida a domicilio, engullía pizzas y comida china sin notar sabor
alguno, nada me seducía desde el punto de vista culinario. Ahora sería capaz de
escribir 4 páginas sobre un bocadillo de jamón con queso.
Durante mi vida, he tenido varios
platos favoritos, de pequeño me gustaban tanto las lentejas de mi abuelita que
me llevaba un par de ellas dentro de un trozo de barra de pan, sí, un bocata de
lentejas, bromas aparte.
Cocinar es uno de los gestos más
generosos que existen. Puedo ver más allá del plato, veo a esa persona haciendo
la compra, eligiendo los mejores alimentos y soy capaz de ver el esfuerzo a la
hora de cocinarlos. Es una de las cosas que más valoro del mundo.
Me gusta cocinar, sé lo que cuesta y
por eso valoro que me regalen el mismo esfuerzo. Por eso, cuando mi mujer me
prepara en ocasiones especiales su “solomillo Wellington”, el día se vuelve
maravilloso, cada bocado bajo su mirada es un placer para ambos. Por eso, por
su detalle y buen mano.
Estoy seguro que recordáis en estos
momentos vuestro plato preferido, y si no lo tenéis, id en su búsqueda.
Pequeña felicidad Número 28.
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