Hay cosas que no nos gustan de pequeños.
No nos gustan las siestas, levantarnos tarde, el queso, las verduras o el
pescado es algo que no van con nosotros a nuestros tiernos 7 añitos, por
ejemplo.
Nos hacemos un poco mayores y nos
damos de lleno con la etapa más idiotesca de nuestras vidas, la pubertad. Aquí
hay cosas que siguen sin gustarnos, pero que probamos, y no, no nos gustan la
primera vez. La cerveza, el tabaco, el licor… y el café. El café, por alguna
extraña razón, no nos gusta hasta que pasamos los 20.
Ahora bien, después no hay vuelta
atrás, el café forma parte de nuestras vidas, creo que puedo asegurar que hace
años que bebo al menos un café al día, pero no sé si puedo decir lo mismo de
algo tan básico como un vaso de agua. Seguro que algún día no bebí agua sola.
Poder tomar un café en el momento
justo es, simplemente, un lujo. Si la taza de café costar 1000€ sería el
brebaje de la jet-set. La bebida prohibida que movería mercados negros
alrededor del mundo. Habría guerras por el café.
Por suerte, la vida está llena de
lujos baratos. Sólo hay una cosa mejor, y es la celestial frase que de vez en
cuando te ofrece un “¿Un cafelito Joan?”… y como yo siempre digo: “Siempre
tengo tiempo para un café.”
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"El café ideal es negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y suave como el amor." |
Pequeña felicidad Número 7.
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