Todos nos hemos cruzado durante nuestras vidas con alguien con una risa
verdaderamente contagiosa. De esas personas que te cuentan un chiste malo pero
acabas riéndote casi por obligación. Yo puedo recordar un buen número de ellas.
En mi clase de primero de instituto teníamos un chico de pueblo, que solía
reírse unos 10 segundos más tarde que el resto de las cosas, era entonces
cuando todos nos volvíamos a reír, hasta el profesor de turno rompía a reír.
Es inevitable sonreír pensando en esta clase de personas, y lo curioso,
es que es más sencillo recordar sus carcajadas que sus nombres, soy incapaz de acordarme
de cómo se llamaba este chico. Y no pasa nada, desde luego, si tuviera que
morir mañana, me gustaría ser recordado por mi risa en lugar de por mi nombre.
Pequeña felicidad Número 62.
No hay comentarios:
Publicar un comentario