En nuestro ser está instaurado el
gen del deporte, aunque sea desde un enfoque casi involuntario.
Si vemos una lata vacía por la
calle, nos tienta darle una buena patada, y si podemos introducirla entre dos
árboles como portería improvisada, mejor.
Si vemos que el semáforo para
peatones está empezando a parpadear avisando de que pasará a rojo, aceleramos
para cruzar la calle a tiempo, foto finish incluida.
Si nos toca mudanza, observamos esos
muebles y electrodomésticos pesado, entonces decidimos si intentamos
levantarlos solos o no, pero a poco que veamos un reto, lo probamos.
Fútbol, atletismo y halterofilia en
tres ejemplos cotidianos.
Hay uno más que me encanta, el
lanzamiento de bola de papel a papelera. Ya puede estar la papelera a un metro
que no dudaremos en hacer una bolita con ese folio desaprovechado y prepararnos
para encestar. Nos lo tomamos como el tiro que puede decidir un partido,
apuntamos, preparamos la muñeca y lanzamos con un suspense digno de Hitchcock. Y
bueno como no entre, ya nos ha fastidiado las siguientes dos horas. No dan
ganas ni de levantarse a por el rebote.
Pero cuando entra… ¡ay cuando entra!
Subidón eNeBeAdístico, miramos cerca por si alguien lo ha visto y comentar la
jugada. “¿Lo has visto? ¡La he metido desde aquí!”
Pequeña felicidad Número 57.
No hay comentarios:
Publicar un comentario