miércoles, 4 de abril de 2012

#43. Las charlas profundas.


A veces ni te las esperas, surgen en el momento menos adecuado para que tengan lugar. Pueden darse en la sala de espera del dentista, en una fiesta a la que no querías ir o en tu trabajo, con esa persona que ves casi a diario y que pensabas que no tenía absolutamente nada importante que contar.

Me pasó por última vez hace dos días en el gimnasio mientras le daba una clase a un cliente. “Me han preguntado si era feliz, y hace 4 días que no paro de analizar mi vida”. Desembocó en una cascada de ideas, conceptos, reflexiones y análisis que daría para rellenar 20 sobremesas de café y tabaco.
 
Por un momento estuve a punto de renunciar a la clase por seguir esa conversación sentados tranquilamente lejos de oídos curiosos, sin embargo, me pareció un gran momento que no tenía que estropear la bella improvisación de la que había nacido.

No se trata de hacer filosofía barata, de querer aparentar ser un Punset de papel o de intentar acometer la arrogancia más pestilente de sabiduría absoluta. Con mucha sinceridad y abriendo la mente ante miedos y prejuicios veinte minutos de palabras parecieron poder llenar dos tomos de la “guía de la vida”.

Eso me hizo pensar que hay más sabiduría que la que nos pensamos, que el miedo a no recibir una respuesta enriquecedora provoca que estas conversaciones tan siquiera se inicien. Y es una maldita pena.

Pequeña felicidad Número 43.

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