A veces ni te las esperas, surgen en
el momento menos adecuado para que tengan lugar. Pueden darse en la sala de
espera del dentista, en una fiesta a la que no querías ir o en tu trabajo, con
esa persona que ves casi a diario y que pensabas que no tenía absolutamente
nada importante que contar.
Me pasó por última vez hace dos días
en el gimnasio mientras le daba una clase a un cliente. “Me han preguntado si
era feliz, y hace 4 días que no paro de analizar mi vida”. Desembocó en una
cascada de ideas, conceptos, reflexiones y análisis que daría para rellenar 20
sobremesas de café y tabaco.
Por un momento estuve a punto de
renunciar a la clase por seguir esa conversación sentados tranquilamente lejos
de oídos curiosos, sin embargo, me pareció un gran momento que no tenía que
estropear la bella improvisación de la que había nacido.
No se trata de hacer filosofía
barata, de querer aparentar ser un Punset de papel o de intentar acometer la arrogancia
más pestilente de sabiduría absoluta. Con mucha sinceridad y abriendo la mente
ante miedos y prejuicios veinte minutos de palabras parecieron poder llenar dos
tomos de la “guía de la vida”.
Eso me hizo pensar que hay más
sabiduría que la que nos pensamos, que el miedo a no recibir una respuesta
enriquecedora provoca que estas conversaciones tan siquiera se inicien. Y es
una maldita pena.
Pequeña felicidad Número 43.
No hay comentarios:
Publicar un comentario