Es algo muy evocador. Me transporta
a cuando era pequeño y me montaba una especia de tienda de campaña bajo las
mantas de la cama. Recuerdo cómo me abastecía de algo para comer, un tebeo y
una linterna, me hacía un ovillo y me sentía el niño más protegido del mundo.
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No todo en el invierno iba a ser malo. |
Ahora, de mayor, las sensaciones se
parecen mucho, ayer por la noche el viento soplaba como si no hubiera mañana.
Los árboles se rozaban entre ellos como si de una danza esquiva se tratara, las
persianas sonaban como un choque de coches en plena autopista y por la chimenea
entraba una “especie” de silbido que protagonizaría perfectamente alguna
película de suspense.
Sin embargo, entre ese caos, me
encontraba tapado hasta las orejas, calentito, yo, mi mujer y mi hijo a salvo
de cualquier inclemencia celestial. Por un momento me entró una extraña
sensación, deseé que todo empeorara más, que el viento se tornara tornado y
todo fuese más cruento. Simplemente por sentir un mayor contraste y potenciar
esa “seguridad”. Fue una tentación al caos, pero vista desde la ventana, no a
pie de calle.
Pequeña felicidad Número 17.
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