viernes, 9 de marzo de 2012

#17. Meterme en la cama cuando hay tormenta.


Es algo muy evocador. Me transporta a cuando era pequeño y me montaba una especia de tienda de campaña bajo las mantas de la cama. Recuerdo cómo me abastecía de algo para comer, un tebeo y una linterna, me hacía un ovillo y me sentía el niño más protegido del mundo.

No todo en el invierno iba a ser malo.
Ahora, de mayor, las sensaciones se parecen mucho, ayer por la noche el viento soplaba como si no hubiera mañana. Los árboles se rozaban entre ellos como si de una danza esquiva se tratara, las persianas sonaban como un choque de coches en plena autopista y por la chimenea entraba una “especie” de silbido que protagonizaría perfectamente alguna película de suspense.

Sin embargo, entre ese caos, me encontraba tapado hasta las orejas, calentito, yo, mi mujer y mi hijo a salvo de cualquier inclemencia celestial. Por un momento me entró una extraña sensación, deseé que todo empeorara más, que el viento se tornara tornado y todo fuese más cruento. Simplemente por sentir un mayor contraste y potenciar esa “seguridad”. Fue una tentación al caos, pero vista desde la ventana, no a pie de calle.

Pequeña felicidad Número 17.

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