Es el verdadero momento de descanso de la semana. El sábado trabajo,
tengo la agenda colmada hasta las 2 del mediodía, como suelo decir, “el sábado
no cuenta”.
Pero los domingos… Los domingos son otra cosa. Te levantas cuando
quieres, o cuando te dejan. Pasas la mañana entre pijamas y bostezos. Comes
guisos maternales y contemplas la sobremesa con el placer de un tertuliano
despreocupado.
Pero llega la tarde, y la cosa se pone mejor. Esa franja horaria se la
queda el hogar. Es el único momento de la semana donde una partida de cartas o
el parchís se convierten en un plan apetecible. Cambias zapatos por babuchas y
no te pones el pijama “porsi” viene alguien de repente. La pereza se convierte
confort, y casi no te das cuenta que en pocas horas empezará la semana laboral
de nuevo. No importa, porque cuando uno descansa de verdad, el reloj se
convierte en un mero invento.
Domingo y soleado. Despedida semanal. |
Pequeña felicidad Número 5.
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