Estamos tan calentitos en la cama, de repente sin motivo aparente nos despertamos, abrimos un ojo furtivamente, miramos hacia la ventana para imaginar qué hora es. Sopesamos la idea de volvernos a dormir sin saber lo que queda para que suene el despertador, nos aterra mirarlo y que falten 2 minutos para su maldito pitido matinal. Pero no podemos evitarlo, no vaya a ser que nos durmamos y a los 10 segundos se ponga a gritar.
Sin embargo, nuestra curiosidad, más fuerte siempre que cualquier otro pensamiento más racional nos hace mirar la hora. ¡Fantástico! Falta una hora para levantarse. Que sí, que dicen que es mejor levantarse, que después nos levantaríamos más cansados. Claro que también dicen que las mejores siestas son las de 20 minutos, los científicos no conocen la siesta de cama y pijama de 4 horas.
A lo que íbamos, una hora es perfecto. Nos da tiempo a dormirnos, soñar, llegar a Saturno y volver. No es como la odiosa sensación de despertarse un minuto antes de que el despertador irrumpa donde Morfeo reina placenteramente, hace que el día sea un poquito peor.
Pequeña felicidad Número 1.
¿Habéis sentido alguna vez como si fuerais los únicos que disfrutáis de esa cosa pequeña y tonta que nadie más aprecia? Como si fuerais el compositor de esa canción que nadie conoce y que os encanta. Como si nadie más en la Tierra conociera esa película que adoráis. Como si fuerais los únicos capaces de reconocer la belleza de la vida en toda su magnitud. Cada día os enseñaré como la felicidad viene también en paquetes pequeños.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario